de la Hermandad del Hospital
Desde los orígenes, la Cuaresma se ha vivido como un tiempo de preparación inmediata al bautismo, el cual se administraba solemnemente durante la Vigilia Pascual. La Cuaresma entera se vivía como un caminar hacia el encuentro con Cristo, como inmersión en Cristo, como una vida nueva. Nosotros ya estamos bautizados, pero no siempre dejamos que el bautismo actúe en nuestra vida cotidiana. Por eso la Cuaresma es un nuevo catecumenado por el cual nos dirigimos otra vez hacia nuestro bautismo, para redescubrirlo, para volverlo a vivir en profundidad, para llegar de nuevo a ser verdaderos cristianos. Es, pues, una ocasión para “volver-a-ser” de nuevo cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de progreso en el conocimiento y amor de Cristo.
Nunca la conversión se hace de una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior que dura toda la vida. Este itinerario de conversión evangélica no puede quedar limitado a un período particular del año; es un camino de cada día que debe abrazar la globalidad de la existencia, todos los días de nuestra vida… Convertirse ¿qué es en realidad? Convertirse es buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo Jesucristo; no es, de ninguna manera, un esfuerzo de auto-realización, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino eterno. No nos hemos hecho a nosotros mismos. Por eso la realización personal es, en realidad, una contradicción, e incluso es poco para nosotros. Tenemos un destino más elevado. Podríamos decir que la conversión consiste, precisamente, en no considerarnos como el “creador” de nosotros mismos y, por aquí, descubrir la verdad, puesto que nosotros no somos nuestros propios autores. La conversión consiste en la libre y amorosa aceptación de nuestra total dependencia de Dios, nuestro verdadero Creador, una dependencia de amor. No es un obstáculo, es la libertad.
Papa Benedicto XVI
Audiencia general del 21-02-07
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