El 10 de noviembre de 2006 la Cofradía del Silencio celebraba solemnemente el 60 aniversario de la bendición de la imagen de Nuestra Madre María Santísima del Consuelo. En aquella ocasión la Contadora de la Hermandad, María del Mar Felices, leía al comienzo de la Santa Misa el siguiente texto que lleva por título HAY AMORES QUE JAMÁS SE NOS OLVIDAN: "Hace hoy sesenta años, la iglesia conventual de San Agustín era testigo de la bendición de la imagen de María Santísima del Consuelo. El 10 de junio de 1946, se reunía una junta de hermanos para votar el articulado de los primeros Estatutos, y el 20 de junio el obispo de la diócesis, don Enrique Delgado Gómez, firmaba en el palacio episcopal el decreto de erección de la Hermandad de Nuestra Madre la Santísima Virgen del Consuelo. Estos muros franciscanos albergan a la Cofradía del Silencio desde su fundación.
Sesenta años no se cumplen todos los días, y por ello recordamos a las personas de los fundadores, aquel puñado de hombres de la Organización Sindical que se unieron en torno a la Virgen María y a su Divino Hijo para escuchar la palabra de Dios, vivir los sacramentos, crecer en la fe como hijos de la Iglesia y practicar la caridad.
Elogiamos su iniciativa, su valor y su tesón. Y esta memoria agradecida se extiende a todos aquellos que a lo largo de 6 décadas trabajaron, poniendo su granito de arena, para que la Hermandad se afianzara, se hiciera grande, superara sus períodos de zozobra. Hubo y hay mucho amor.
Con emoción imaginamos las manos de don Antonio Castillo Lastrucci tallando y policromando el rostro de Nuestra Señora. Había recibido el encargo de su amigo, el alhameño Mario López Rodríguez, de tallar una efigie de María directamente inspirada en la Soledad de Zamora. Don Antonio, fiel a su arte, suavizó los rasgos, dulcificó el gesto, y la hizo joven y guapa, como imaginamos los andaluces a la Madre de Dios.
Aquel 10 de noviembre se descubría el rostro de esta dolorosa, que desde entonces cautiva a todo aquel que la contempla. Y la llamaron Consuelo, en recuerdo de la advocación que se venera en el Santuario de Tices, en Ohanes.
Sesenta años de amor dan para mucho. Han sido varias las generaciones de almerienses vinculadas a la Hermandad, muchos hombres y mujeres que integraron sus Juntas de Gobierno, que vistieron el hábito blanco y negro, que hicieron suya la trabajadora para portar a las sagradas imágenes, que acompañaron a la Virgen en la procesión femenina del Sábado Santo… ¡Cuántos nombres se nos vienen a la cabeza¡ Muchos de ellos se durmieron un día con la esperanza de la Resurrección y están allí, en el Cielo, junto al Señor de la Redención.
Reina y Madre, protege a tus hermanos franciscanos. Sin su colaboración y auxilio la Hermandad no sería lo que es. Permite, Señora, que el dulce huésped del alma infunda en nuestros corazones el espíritu de Francisco, para aprender, como él nos enseñó, que es dando como recibimos, es olvidándonos de nosotros mismos como encontramos, es perdonando a los demás como Tu Hijo nos perdona y es muriendo como despertaremos a la vida eterna.
Consoladora de Afligidos, hemos acudido a ti en innumerables ocasiones. Nunca nos fuimos sin ser por ti confortados. Tus manos han sostenido las nuestras y tus ojos han llorado por nuestros dolores. Te necesitamos. Tus palabras en Caná siguen siendo guía espiritual para nosotros: “Haced lo que él os diga”. Y tu ejemplo de fidelidad y tu entereza al pie de la Cruz en el Calvario nos conmueven y animan a seguir luchando en la vida. Con cariño de hijos venimos a celebrar contigo en este día tan especial para nosotros. Porque sabemos que de los amores de nuestra existencia, tú eres el más perfecto y duradero, ejemplo de santidad, refugio en los momentos difíciles y vehículo para llegar a Dios.
Como si de un nuevo Jueves Santo se tratara, aquí estamos, “Señor Jesús, postrados ante tu presencia…”
Sesenta años no se cumplen todos los días, y por ello recordamos a las personas de los fundadores, aquel puñado de hombres de la Organización Sindical que se unieron en torno a la Virgen María y a su Divino Hijo para escuchar la palabra de Dios, vivir los sacramentos, crecer en la fe como hijos de la Iglesia y practicar la caridad.
Elogiamos su iniciativa, su valor y su tesón. Y esta memoria agradecida se extiende a todos aquellos que a lo largo de 6 décadas trabajaron, poniendo su granito de arena, para que la Hermandad se afianzara, se hiciera grande, superara sus períodos de zozobra. Hubo y hay mucho amor.
Con emoción imaginamos las manos de don Antonio Castillo Lastrucci tallando y policromando el rostro de Nuestra Señora. Había recibido el encargo de su amigo, el alhameño Mario López Rodríguez, de tallar una efigie de María directamente inspirada en la Soledad de Zamora. Don Antonio, fiel a su arte, suavizó los rasgos, dulcificó el gesto, y la hizo joven y guapa, como imaginamos los andaluces a la Madre de Dios.
Aquel 10 de noviembre se descubría el rostro de esta dolorosa, que desde entonces cautiva a todo aquel que la contempla. Y la llamaron Consuelo, en recuerdo de la advocación que se venera en el Santuario de Tices, en Ohanes.
Sesenta años de amor dan para mucho. Han sido varias las generaciones de almerienses vinculadas a la Hermandad, muchos hombres y mujeres que integraron sus Juntas de Gobierno, que vistieron el hábito blanco y negro, que hicieron suya la trabajadora para portar a las sagradas imágenes, que acompañaron a la Virgen en la procesión femenina del Sábado Santo… ¡Cuántos nombres se nos vienen a la cabeza¡ Muchos de ellos se durmieron un día con la esperanza de la Resurrección y están allí, en el Cielo, junto al Señor de la Redención.
Reina y Madre, protege a tus hermanos franciscanos. Sin su colaboración y auxilio la Hermandad no sería lo que es. Permite, Señora, que el dulce huésped del alma infunda en nuestros corazones el espíritu de Francisco, para aprender, como él nos enseñó, que es dando como recibimos, es olvidándonos de nosotros mismos como encontramos, es perdonando a los demás como Tu Hijo nos perdona y es muriendo como despertaremos a la vida eterna.
Consoladora de Afligidos, hemos acudido a ti en innumerables ocasiones. Nunca nos fuimos sin ser por ti confortados. Tus manos han sostenido las nuestras y tus ojos han llorado por nuestros dolores. Te necesitamos. Tus palabras en Caná siguen siendo guía espiritual para nosotros: “Haced lo que él os diga”. Y tu ejemplo de fidelidad y tu entereza al pie de la Cruz en el Calvario nos conmueven y animan a seguir luchando en la vida. Con cariño de hijos venimos a celebrar contigo en este día tan especial para nosotros. Porque sabemos que de los amores de nuestra existencia, tú eres el más perfecto y duradero, ejemplo de santidad, refugio en los momentos difíciles y vehículo para llegar a Dios.
Como si de un nuevo Jueves Santo se tratara, aquí estamos, “Señor Jesús, postrados ante tu presencia…”
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